Manolete Vilas, diestro sin igual de la novelería española
Conocí a Manolo Vilas en 1998, cuando él era aún casi un mozalbete y lo invité a venir a un encuentro literario internacional que organicé en Calaceite, Bajo Aragón, gracias al apoyo del Ayuntamiento del pueblo. Vino traído de la mano por su amigo José Giménez Corbatón, ambos escritores todavía principiantes y colegas de oficio como profesores de secundaria en los liceos de Zaragoza. El encuentro, que duró tres días, recibía como invitados de honor a los miembros de la “Nouvelle Fiction Française” entre ellos Frédérick Tristan (premio Goncourt 1983), G.O. Châteaureynaud (premio Renaudot 1982), Hubert Haddad (premio Société des Gens de Lettres, 1998), et Francis Berthelot (premio Science Fiction Metz 1980). Entre los invitados también había algunos escritores catalanes : Toni Marí, Robert Saladrigas, el historiador Joaquín Monclùs, la escritora madrileña Natacha Seseña y el novelista chileno, Mauricio Wacquez, además de la periodista peruana, Elsa Arana. Las conferencias estaban programadas en tres lenguas, francés, castellano y catalán, traducidas simultáneamente por un grupo de traductores dirigidos por Esther Romero, free lance suiza-peruana. [1].

CALACEITE 1998
Manolo Vilas no hablaba ni una palabra de francés y tal vez por eso permaneció mudo durante los tres días del coloquio internacional. En cambio, siguiendo su impulso de “escritor muerto de hambre” (según él), comió cuanto pudo en la fonda del pueblo, sin tener que pagar cuenta alguna, claro está. Don Pablos de Segovia, el protagonista famélico de El Buscón de Quevedo, una de las referencias favoritas de Manolo, hubiera quedado contento e, incluso, agradecido.
Dado su mutismo (charmant), no tuve el tiempo de ocuparme atentamente de su poesía, lo que felizmente le daba igual. Lo importante es que comió y bebió a sus anchas y que durmió a pierna suelta en las estupendas habitaciones de la Fundación Noesis. Pero a través de José Giménez Corbatón, autor de la novela La Fábrica de Huesos y francófono admirable, guardaríamos un hilo de comunicación tras el regreso de ambos a Zaragoza. En esos momentos yo no sabía que el tímido “novelero” (por no decir “novillero”) cuasidesconocido en aquellos años, llegaría a ser el famoso Manolete de hoy, sacado en andas por los más poderosos editores de la hispanidad. La historia de la literatura y de la tauromaquia reservan este tipo de sorpresas.
Vería a Manolete Vilas pocos años después, cuando ya había tomado su alternativa concedida por Giménez (Corbatón y no “el Chicuelo” Giménez Moreno, por supuesto), “padrino” cuya destreza personal no bastó para equilibrar la pequeñez del ruedo y la modestia de Z , publicado por DVD Ediciones en 2002. Siempre de la mano de su padrino, llegó una vez más a Calaceite y nos fuimos, en compañía de mi mujer, Chantal, a casa de la arpista chilena Asunción Claro, quien nos había invitado a tomar “una copa”. La faena, espectacularmente alcohólica, fue memorable. Manolete abría y cerraba la nevera de la dueña de casa recuperando cuanta botella de cava pudo encontrar y bailó una jota encima de la mesa de la cocina. Sin caerse. ¡Un matador es un matador ! Confieso que para mis adentros me dije, acallando las reflexiones de mi mujer: “Al fin encuentro a alguien peor que yo”.
No nos vimos de nuevo con Manolete hasta 2005-2006, tras la exposición de pintura de Braun-Vega en el castillo de Valderrobles que monté con la ayuda del alcalde Carlos Fontanet y del museo de Teruel, paralelamente a la presentación en España de uno de mis intertextos, La Sociedad de los Hombres Celestes.
Dada la plétora de invitados(entre ellos Jorge Semprún, Bryce Echenique y la dirección de Sens Public, mi editor en Francia), no invité esta vez a mis compatriotas aragoneses (yo me considero “aragonés de Chile” por el lado de mi madre, “Artigas”, apellido abrumadoramente común en Huesca)[2],

Invitación de la exposición de Braun-Vega en el castillo de VADERROBLES (2006)
pero sí a Emilie Tardivel, mi nueva agente literaria en reemplazo de Carmen Balcells, quien comenzaba su descenso hacia la muerte. Emilie tenía sólo 25 años, ojos celestiales, una larga cabellera rubia, densa y ondulante como un trigal de estío, y una inteligencia más hermosa aun que su cuerpo de equitadora y de campeona de tenis juvenil. Tenía todo eso, además de su doctorado en Science-Po y su dominio impresionante de cinco lenguas. Aprovechando su estadía en Valderrobles, la llevé a Zaragoza para presentarle a Giménez Corbatón, a su ahijado Manolete y a otros escritores que no lograban encontrar editores suficientemente ricos para hacerlos aplaudir en las ferias de la novelería española. Era tan joven Emilie, tan bella e inteligente, que los chicos zaragozanos no la tomaron en serio en cuanto agente literaria. Ni siquiera Manolete, a quien sin embargo iríamos a escuchar en el Instituto Cervantes de París, donde participaba en un recital de poesía. Mirando embobado a Emilie, le dijo poéticamente : “Eres muy bonita”. Ella sonrió.
Poco a poco comenzaría a distanciarme de mis amigos zaragozanos, un poco decepcionado, a decir verdad. El director de Pramés, la editorial comunitaria aragonesa donde eran editados, me confesó que rara vez se daba la pena de leer los manuscritos que le imponían los socios de la empresa, consagrada sobre todo a la promoción de los tesoros turísticos de Aragón. El prefería leerlos ya publicados. Si los leía. En consecuencia, por razones de higiene literaria, dejé de frecuentarlo. Más o menos lo mismo me ocurrió con Giménez Corbatón, sin embargo hábil constructor de La Fábrica de Huesos, libro extraordinario apenas conocido y ahora olvidado, con quien habíamos conversado y colaborado en Sens Public. Amable pero impermeable a mi trabajo vanguardista sobre la escritura electrónica, el Intertexto, y la necesidad de sobrepasar a la novela en cuanto modalidad narrativa, me envió un mail donde me declaraba su pasión por las novelas del escritor estadounidense Paul Auster, que devoraba una tras otra. Quedé estupefacto. Me consta que las novelas de Auster se consumen fácilmente, a la manera de las hamburguesas macdonalds (de carne de buey nacional, de cocodrilo o de papagayo, todas saben igual). En una de sus últimas novelas, 4321, imponente por su grosor, haciendo alarde de sus tendencias vanguardistas a la Proust y creyendo revolucionar la narrativa, cruza cuatro historias que conciernen en principio a un mismo personaje puesto en cuatro situaciones diferentes (vivo, después muerto, vivo otra vez, etc.) Resultado : cuatro novelas convencionales y punto. Mismo sabor, con o sin ketch-up. Giménez Corbatón me confirmó también su gusto personal por la edición a la antigua, impresa en papel. ¿Por qué no? Cada uno sus gustos. Decidí entonces no perder más mi tiempo y concentrarme en el desarrollo de la Teoría del Intertexto,[3]

lo que me costaría todavía un montón de años antes de presentarla en el Instituto Gorki de Moscú (2019), apoyándome en mi ensayo Bakhtine, Proust et la polyphonie romanesque chez Dostoievski :
Entretanto en París (vivo en Francia desde 1969, voy a Calaceite sólo de vacaciones) tendría nuevas noticias de Manuel Vilas, ya metamorfoseado en Manolete y ensalzado por la crítica literaria parisina. No di gran importancia al hecho dado que la crítica francesa es mayoritariamente comercial, al igual que en todos los países del mundo. Su objetivo, mal camuflado, es vender la producción de los editores y no la promoción de la literatura . Es lo que decía Réné Daumal, el poeta aparentado al surrealismo de Breton, autor de la obra maestra de la narrativa “esotérica” occidental, El Monte Análogo. [4]

René Daumal (Le Mont Analogue)
La verdadera crítica, una ciencia dentro del arte de la literatura, se encuentra en los ensayos universitarios...cuando se encuentra. Me desentendí por ello de los olé olé que proferían los periodistas y no compré ninguno de los libros, bastante caros, ofrecidos en el mercado. Cambiaría de actitud más adelante en una comida con Esther Puyó Montserrat en Beceite, en la Antigua Fonda Rodá, histórica posada donde solía comer Luis Buñuel cuando viajaba entre Barcelona y la casa de su familia en Calanda. Esther, flamante escritora de Un tiempo, un café, relato autobiográfico cristalino donde la narradora-protagonista cuenta la vida del pueblo de Cretas a través de la vida del bar de la aldea, me hizo saber su admiración entusiasta por el autor de Ordesa, faena que valió a Manolete 2 orejas, un rabo y una vuelta al ruedo exigida por Juan Cruz, uno de sus banderilleros de Alfaguara [5]. Estimulado por el entusiasmo de Esther Puyó, iba a procurarme y leer todas las últimas novelas de Manolete publicadas a partir de 2018. Mi sorpresa fue considerable.
En efecto, Ordesa es una obra excepcional. No es una novela desde el punto de vista retórico estricto (personajes ficticios, trama, suspenso, desenlace, final, etc.), sino una narración autobiográfica propulsada por una fuerza poética prodigiosa. “El talento es un don de Dios”, afirma Fernando Pessoa en el acto II de su Fausto, neutralizando a celosos y envidiosos. El talento poético de Manolo Vilas es indiscutible, nadie que lo haya leído puede negarlo. Sus entramados textuales son a veces defectuosos, pero esos defectos son superados por la intensidad de su osadía poética y la destreza de sus reflexiones. Manolo es un genio de la literatura hispánica, al igual que Manolete era un genio de la tauromaquia. Su narrativa está saturada de preciosas metáforas, metonimias y comparaciones originales, de juegos intertextuales acertados, de pensamientos florales que descubren la belleza en los rincones más ordinarios e insignificantes de la más ordinaria de las vidas : la nuestra. En eso radica su universalidad, más allá de toda mezquindad retórica. Desgraciadamente, como todo genio es también infantil y frágil. Y, desde un punto de vista psicológico, un psicópata. Kurt Schneider, psiquiatra alemán post-freudiano de mediados del siglo XX, estableció una laboriosa clasificación de las psicopatías. Para Kurt Schneider las psicopatías no son enfermedades mentales comparables a las neurosis y las psicosis, patologías adquiridas en la infancia o en la adolescencia. El psicópata nace psicópata, apesadumbrado por una constelación de genes de la cual es absolutamente irresponsable. Su única responsabilidad consiste en enfrentar, bien o mal, su sufrimiento psíquico (psicópata : el que sufre de su mente). Y en la lista de los psicópatas es posible inscribir tanto al genio...como al asesino. El gran toreador Manolete es un excelente ejemplo por la genialidad de sus “manoletinas” y por su legendaria habilidad en el momento de matar a un toro de una sola estocada -fulgurante, precisa, impecable- evitándole el dolor de la muerte. Manolete Vilas no es un asesino y no lo será jamás, salvo de sí mismo. Habla con frecuencia de quitarse la vida a causa de su sufrimiento mental, rebelde al alcohol y a todas las drogas y medicamentos recetados por una retahíla de psiquiatras anti-poetas, entre los cuales yo no me cuento desde que dejé la profesión. Prefiero ser un “anti-poeta” a secas, según lo prescribía Nicanor Parra, premio Cervantes chileno. Fernando Pessoa decía, a propósito de los psiquiatras, que « el único crítico de arte o de letras debe ser el psiquiatra, porque aunque los psiquiatras sean tan ignorantes y laterales a los asuntos como todos los otros hombres de aquello a lo que ellos llaman ciencia, tienen aún así, delante de lo que viene a ser un caso de dolencia mental aquella competencia que consiste en que nosotros juzgamos que ellos la tienen. Ningún edificio de sabiduría humana puede levantarse sobre otros cimientos» .
Leí pues de un golpe Ordesa (Alfaguara 2018), Alegría ( Planeta 2019), Los besos (Planeta 2021), Nosotros (2023 Destino-Planeta 2023) y El mejor libro del mundo (Planeta 2024). Mi impresión de que Manolete es un genio se confirmó (desde luego, si es grande, mediano o pequeño, sólo se verá con el tiempo). Y lo que temía a causa de su trayectoria editorial, también. Manuel Vilas, que hasta la publicación de Ordesa se consideraba, como los pícaros de El Buscón, un escritor “muerto de hambre”, de “clase media-baja”, dejó de serlo, pero entró en el ámbito de “la palabra emputecida”, denunciada por Michel Waldberg en su libro La parole putanisée (La Différence, Paris, 2021)[6], ácida critica de Michel Houellebecq, el escritor francés que mejor puede compararse a Manolo por su talento narrativo. Su prosa es flexible y amena, muchas veces divertida. Su islamofobia fascistoide, mucho menos.
A Waldberg no le gusta nada Houellebecq. Siempre denunció al escritor cínico, escondido detrás del “novelista de éxito”, el potrillo más rentable del establo Gallimard-Flammarion. Y el más prostituido. "Básicamente soy una puta, escribo para recibir aplausos", confiesa en el diario Le Monde del 7 de enero de 2022. Gurdjieff, hablando de la literatura contemporánea, señala en su libro Encuentros con hombres notables que “uno de los principales medios de desarrollo de la inteligencia es la literatura. ¿Pero para qué sirve la literatura de la civilización contemporánea? Absolutamente para nada, salvo para la propagación de la palabra emputecida”. [7]
Efectivamente, si Ordesa es una narración poética de una gran sinceridad existencial, donde el escritor, sin hacerse ninguna concesión, explora la esencia de los sentimientos de su vida familiar, los textos que siguen enturbian su obra, atrapada por el mecanismo tramposo de la literatura industrial. En mi artículo Revolución en el mundo de la edición literaria :
Revolución en el mundo de la edición literaria
consagro varios párrafos a la situación en España, donde fui editado por Montesinos Editor (Quimera) en los años 80 (El Bautismo, El Sueño) bajo el pseudónimo “Juan Almendro".[8]

Pero sobre todo me intereso en los propietarios de las Ediciones Planeta, los Señores Lara, en particular en el Señor Lara Bosch, Moby Dick II, editor singularmente obeso y gran devorador de novelistas y de pequeños editores, en nada distinto del fundador de Planeta, Moby Dick I, y de los otros ejemplares de la manada, franquistas de armas tomar. “No he tenido que hacer muchas putadas porque mi padre ya las hizo casi todas”, decía con arrogancia Moby Dick II sobre su progenitor, Moby Dick I, quien fuera capitán de la Legión golpista, seguidor del general Yagüe, famoso por su crueldad (miles de civiles fusilados en las calles sin ninguna piedad durante la Guerra Civil).
Alegría, libro finalista del premio Planeta en 2019, prolonga aún la estela poética de Ordesa pero, hecho curioso, el jurado que vela por el cumplimiento de los deseos de Moby Dick I y Moby Dick II (hoy día desaparecido, víctima de un cáncer del páncreas que le hizo perder decenas de kilos transformándolo de insaciable cachalote en inofensivo pejerrey) no le otorgó la recompensa suprema de 601.000 euros, probablemente prometida al diestro para convencerle de abandonar la plaza madrileña de Alfaguara. Los cientos de miles de euretes cayeron en los bolsillos de un novelilIero venido de Extremadura, mal discípulo del novelista chileno Roberto Bolaño, pero buen turiferario de su souteneur en la RAE, Viagras Llosa (“el Pichulas”, le denomina, burlón e insolente, Manolete, contento de haber encontrado en la obra del novelista peruano un sinónimo de la abusada y muy manoseada “polla” española).[9] Sin embargo, al contrario del diestro aragonés, algo ingenuo, el galardonado extremeño tuvo la astucia de utilizar una de las recetas favoritas de la casa : “Para comenzar, ponga usté un asesinato adobado de misterio; para continuar, agregue usté un detective no muy tonto, ojalá escogido entre los sabuesos que se venden en el mercado de los thrillers y los polars; el sabueso, moviendo la cola, se encargará de dilucidar el misterio en cuestión, dejando en claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos en nuestra sociedad ultra-liberal. Eche usté una cucharada sopera de anti-comunismo y una pizca de filosofía existencial antes de servir. Acompañe con cocacola.” Demás está decir que toda tentativa vanguardista está rigurosamente excluida del premio Planeta, según lo advierte, sin ninguna sutileza, el reglamento:
“...manifestación expresa del carácter original e inédito de la obra que se presenta, de que su creación no es resultado de la utilización de sistemas,herramientas o técnicas derivadas o vinculadas con la Inteligencia Artificial, así como que no es copia ni modificación, total o parcial, de ninguna otra obra propia o ajena.
Dicho de modo más científico, además de ignorar el aporte de los últimos avances tecnológicos de la escritura electrónica, el reglamento ignora y excluye la intertextualidad, mecanismo axial de la narrativa de vanguardia definido por Julia Kristeva, Roland Barthes y Tzvetan Todorov en los años 60-70. El reglamento de Planeta pretende tal vez alejar el espectro del plagio, forma inferior de la intertextualidad, practicada desvergonzadamente por el “Immortel” Vargas Llosa (Q.E.P.D.) [10],pero en el fondo proteje a la novela en cuanto género narrativo viejo de varios siglos, estéticamente seco, aunque comercialmente todavía muy jugoso.
Manolete, desilusionado tras perder el premio en 2019 frente a un desmañado “segunda espada” a causa de algo que olía a traición (condimento habitual en los restaurantes del establishment literario-editorial donde se deciden los premios) fue oportunamente tranquilizado y mimado por su nueva esposa, Mo, “spanish novelist” profesora de “spanish creative writing” para estudiantes de “hispanic origin” en la universidad de Iowa City (extravagant, really). La profesora, además de prohibirle beber, le hizo aceptar que debía ser paciente y esperar con humildad su turno. Ella recibiría en cambio inmediatamente su propia recompensa, los 18.000 euros del premio Nadal proporcionados por Destino Editores, casa secundaria entre las múltiples propiedades de los descendientes de Moby Dick I. No obstante su novela, El mapa de los afectos, que transcurre casi enteramente en el Middle West con personajes nacidos en el lugar, pero que hablan el castellano como los sheriffs, los sioux y los apaches de las películas de cow-boys dobladas al español, no tiene más valor estético que el de los comics, especialidad de Mo, Philosophal Doctor en general, hecho que asombra a Manolete (modesto licenciado en filología). La prosa de la novela premiada es desnaturalizada lingüísticamente desde el principio del texto. Los personajes estadounidenses hablan en la lengua maternal de la autora-narradora-protagonista, madrileña de culo y de corazón, monolingüismo derivado, por inercia, del monolingüismo propio de la novela ordinaria, defecto que debilita penosamente su verosimilitud. La estructura de la novela es desequilibrada y confusa. El asesinato novelesco de rigor (feminicidio a la Bolaño, en este caso) no logra reemplazar la ausencia de suspenso. El mapa de los afectos, en cuanto “fiction morte” ejemplar (diría Frédérick Tristan), sólo sirve para injertar un discurso feminista / machista ambiguo, desconcertante. A todas luces, Manolete no consiguió ayudar a su new wife con la habilidad de su genio. Uno puede preguntarse por las razones del premio Nadal. La respuesta es evidente : el jurado, alentado y empujado por el Comisario de Planeta SA, admirador del papá de Mo (José Merino, Magnífico Académico de la Real Academia Española, cuya inmortalidad aún no está confirmada por los Immortels de la Académie Française), no otorgó el dinero a la novela por razones de calidad estética (medio baja o baja), sino como genuflexión ante la cultura estadounidense de los litterary workshops. Comercialmente muy rentable.
De poco sirvió a Manolete esgrimir su prosa poética y presentar a su nuevo editor Los besos, novela reglamentaria desde un punto de vista retórico (personajes ficticios, suspenso, desenlace, Covid de telón de fondo, coqueteos intertextuales con el Quijote ) que probaba su habilidad novelesca, en nada inferior a la de cualquier ganador del premio. Tampoco esta vez le dieron los 601.000 euretes. ¿Motivo? Difícil de explicar. El coqueteo intertextual con Cervantes (la intertextualidad, decíamos, es ignorada por el jurado, por lo habitual senil, con o sin quevedos, siempre vigilado estrechamente por un Comisario de la empresa) no basta para explicar el hecho. El obstáculo es también ideológico. Según se sabe, nadie puede ganar el premio Planeta si no es novelista de derechas. Salvo rarísima excepción. Antonio Skármeta, escritor chileno partidario de Salvador Allende, ha sido una de esas excepciones. Obtuvo el dinero gracias al prestigio mundial del heroico presidente de Chile, prestigio comercialmente explotable para los editores que supieron rentabilizarlo. Ese prestigio lo ha aprovechado también Isabel Allende, novelista sinvergüenza encantada de que la tomen por la hija homónima de Salvador Allende, auténtica heroína que permaneció junto a su padre el día del golpe de Estado. [11]

Entrevista con David WALLACE
Ser de derechas es un requisito que Manolete cumple pese a estar inscrito, desde su época de profesor de secundaria, en el sindicato CC.OO. Pero él es anarquista de derechas, aunque no se lo crea y sugiera que es anarquista de izquierdas, “ex-marxista-desilusionado-del-comunismo”, fórmula utilizada por Vargas Llosa para desprestigiar al socialismo. Y un anarquista, de cualquier tinte que sea, es siempre imprevisible y peligroso. Moby Dick y sus herederos lo saben. Manolete se complace en ridiculizar a los gobernantes socialistas de la España de hoy, dejando intacta a la extrema derecha y a la derecha extrema que atacan suciamente a la democracia post-franquista. El problema es que también le gusta “meterse” con la monarquía, algo que no conviene para nada a Planeta SA. Moby Dick I consiguió seducir a Juan Carlos I para que la Casa Real apoyara a la suya y los reyes participaran en los grandes aniversarios y ceremonias de la multimillonaria empresa. Creyendo pasar a la historia en cuanto “Rey de la Literatura y de las Artes”, superior a Alfonso X el Sabio, el agradecido monarca ennobleció a Moby Dick I con el título de Marqués del Pedroso. Faltar entonces el respeto a los monarcas es mal asunto.
Podemos suponer, novelescamente, que tras el relativo silencio que acogió Los besos, Manolete, asesorado por su fresh wife, comprendió la lección. En Nosotros los lectores lo sabrán todo acerca de los relojes de marca que convienen o no según el escalafón social, sobre las veloces y confortables limusinas francesas, alemanas o italianas, la ropa más cara, los hoteles cinco estrellas, las mejores playas del Mediterráneo (hay un breve rappel “progre” sobre los cadáveres de los migrantes náufragos), los restaurantes de calidad, los champagnes, los whiskys y los vinos recomendables antes o después de los coitos de la protagonista, viuda ninfómana (y bisexual cuando es necesario), que enloquece de placer/dolor durante los orgasmos provocados por el ayuntamiento carnal a través de los distintos orificios ofrecidos por la Naturaleza. Y como horizonte tendence, una cierta tonalidad feminista en defensa de la emancipación de la mujer, autorizada a fornicar (pisoteando con sus tacos aguja las prohibiciones impuestas por la Iglesia y el Opus Dei), con quien quiera, cuando quiera y como quiera...si tiene la suerte de ser rica y pertenecer a las clases más favorecidas (clase media-alta, empalmándose dentro de lo posible con la clase-alta). Manolete, inspirándose de Neruda (a quien admira), hubiera podido titular Nosotros, “Oda al dinero”. Por mi parte, entre todas las maravillosas odas compuestas por el poeta chileno, doy mi preferencia a la Oda a la cebolla. Fenómeno notable: estas peripecias novelescas son contadas con la maestría poética propia de Manolete, mezclada con sus reflexiones sobre la vida y la muerte, manoletinas dignas de aplausos. Agreguemos la coherencia estética del texto lograda gracias a la utilización (no reglamentaria) de la intertextualidad con el bellísimo soneto de Quevedo, “Amor constante, más allá de la muerte. Polvo serán, mas polvo enamorado”, canta el último verso. ¿Polvo enamorado? Palabra emputecida es lo que nos ofrece lamentablemente Manolete, ataviado con su más reluciente traje de novelista.
Pese a sus esfuerzos, Manolete no obtuvo el reconocimiento de Moby Dick SA y los 601.000 euretes (aumentados recientemente por Moby Dick SA a 1.000.000 de euros para superar, por fin, al premio Nóbel). Quizás a causa de la intertextualidad con Quevedo o por el exceso de sex toys y coitos gelatinosos estilo porn hub de la protagonista (un poquitín de mal gusto para los lectores católicos de Planeta Ediciones), el diestro sería, una vez más, obligado a pacientar. Mo, la divorced second wife (la primera esposa, modesta pueblerina aragonesa y madre abnegada de los dos hijos de Manolete, sólo contaba los euros y las lágrimas del divorcio) se encargó de calmarlo y convencerlo de que no pasaba nada grave. El no tenía más que seguir el ejemplo que le daba ella. Es decir, aceptar, según las reglas a la Clausevitz de la estrategia de guerra editorial, ganar primero el premio Nadal otorgado por Destino ( 30.000 euros a partir de 2023) y dejar de lado toda veleidad intertextual vanguardista. Moby Dick S.A. podría así poner a prueba el verdadero valor de Manolete antes de ofrecerle el rabo y las orejas deseados. Nada más razonable. Una empresa comercial es una empresa comercial, se ocupe de libros, de tauromaquia o de la venta de ropa usada. Cierto, la bolsa del premio Nadal es de poca cuantía : sólo mezquinos 30.000 euros. No obstante, si a esos 30.000 euretes se suman los 18.000 otorgados a Mo en 2020, se llega a la coqueta suma de 48.000 euros para la pareja de divorciados recién casados. No está mal, aunque lejos, muy lejos de los 601.000 del Gran Premio Planetario... pero mil veces superiores a los 60 dólares mensuales a los que aspiraba humildemente Fernando Pessoa. “60 dólares y ni uno solo más”, pedía como salario el divino poeta portugués, uno de los arquetipos más admirados por Manuel Vilas.
Manolete embolsó sin protestar los 30.000 euros del premio Nadal, aunque no muy satisfecho. Había quedado “con sangre en el ojo”. Decidió entonces escribir un libro al que sería imposible negarle el premio Planeta, el premio Cervantes e incluso el premio Nóbel : El mejor libro del mundo. Nada más, nada menos. Uno puede preguntarse por qué su Dulcinea from Iowa City, previendo la reacción de los novelistas, todos convencidos (ella también) de haber escrito antes que Manolete el mejor libro del mundo, no intentó disuadirlo de cacarear de un modo tan provocador y pueril. No sólo porque su nueva faena no corresponde casi en nada a una novela propiamente tal (retóricamente se trata de un complicado texto autobiográfico, al modo de Ordesa), sino por contener algunos errores tácticos fatales para quien pretende ganar un premio literario en España. Manolete se burla del presidente socialista, a quien apoda “Egolo Narciso Sánchez”, algo que en el contexto político de la España de hoy (2025) es bastante favorable (la prensa saca a la momia de Franco del congelador cuando conviene, al igual que durante su siniestra agonía), pero se mofa una vez más de la familia real, en particular de la Infanta Leonor de Todos los Santos, quien no sería más que una triste prisionera de su propio rango. La hija mayor de Fernando VI y de la reina Letizia (“plebeya comunista”, según la extrema derecha), no tendría ni siquiera, entre otras prohibiciones, eI derecho a fumar un porro o a imaginar su futuro como actriz porno. Es lo que se aventura a insinuar temerariamente Manolete Vilas con una muletilla arriesgadísima. “En mala hora”, diría consternado Gabriel García Márquez, gran aficionado a los toros y a los premios literarios. “Santo Dios de la Cruz de San Andrés”, se persignaría Camilo José Cela, el Nóbel ateo que hizo de Franco su dios personal. Manolete, diestro con el acero de su pluma (Parker 51, de colección, muy cara), es algo torpe al colocar sus bombas anarquistas (Quevedo con sus libelos contra Felipe IV tampoco lo hacía mejor). Si Moby Dick SA no puede, por simple cortesía, dar un millón de euros a un escritor que ofende a los reales invitados de la ceremonia de su Gran Recompensa, la adjudicación a Manolo del premio Cervantes, celebrado por Felipe VI, la reina Letizia y las infantas Sofía y Leonor con un banquete en el palacio real, parece imposible. A Manolete, si no quiere morir de hambre, no le queda más alternativa que ganar el premio Nóbel, tenga o no buenos padrinos.
El mejor libro del mundo quizás no es el mejor libro del mundo (antes están todos los libros del Pichulas Vargas Llosa, protestarán escandalizados sus acólitos de Alfaguara, Juan Cruz y Cía Limitada), pero es probablemente el libro más útil del mundo. Manuel Vilas, sin habérselo propuesto de modo consciente, va a describir en filigrana la realidad inverosímil del éxito édito-literario en nuestra época. Un breve ejemplo, extraído de El mejor libro del mundo: “Me meto en una caseta de la Feria del Libro de Madrid y espero a que vengan los lectores. Inexplicablemente, vienen. Como escritor, eres los lectores que vienen. Hay escritores que tienen colas abultadísimas, gente que los espera con ansia. Yo no tengo colas. Tengo goteo. De vez en cuando me quedo de brazos cruzados y entonces me angustio porque toda mi vida en este instante depende de que vengan los lectores y se marche la sensación de fracaso.” Manolo Vilas podría precisar :“Como escritor eres los libros que vendes”. Kafka y Pessoa murieron sin haber tenido más lectores que sus amigos y sin haber vendido (como Van Gogh sus cuadros) ni un solo ejemplar. Polvo serán, mas ellos no emputecieron.
Yo no estaba al lado de Manolete en la Feria de la cual habla, pero me ha ocurrido asistir a sucesos parecidos junto a otros escritores. Fréderick Tristan fue invitado a Barcelona por Mauricio Wacquez, el director literario de Versal, su editor español. A todo lujo : avion first class, hotel cinco estrellas, conferencias de prensa, radio y televisión, mejores restaurantes, etc. Y, lo más importante para los propietarios de Versal, la firma de ejemplares de su novela Los extraviados en los grandes almacenes El Corte Inglés, Plaza Cataluña.
Lo que vi me dio vergüenza:
Frédérick Tristan, inspirador de la Nouvelle Fiction Française, alto dignatario masónico, cargado de honores y prestigio, sentado frente a una mesa de plástico en la escalinata de acceso de los almacenes con una pila de ejemplares de su obra galardonada con el premio Goncourt, esperando que alguien viniera a comprar su libro. Nadie venía. Un vendedor ambulante, aprovechando la circunstancia, se instaló con sus chucherías unos pocos escalones más abajo que el gran escritor. Frédérick, pleno de humanidad y modestia, le sonrió. Al vendedor ambulante le iba mejor que a él hasta que un empleado de El Corte Inglés vino para expulsar al intruso. Se acercaron algunos compradores, poquísimos, para pedirle que les dedicara su obra. Mauricio Wacquez, enterado de la situación, se precipitó para poner fin a la tortura humillante del novelista.
Pues bien, esta escena kafkiana es la que se repite, con más o menos compradores, en todas les ferias del libro. El escritor es una especie de representante comercial del editor. En el mejor de los casos, podría comparárselo a un empleado encargado de hacer la propaganda de la empresa, pero su actividad mercantil no difiere esencialmente del trabajo de un vendedor de frutas y verduras en un mercadillo. Manolete es consciente de esta situación en la cual el escritor es transformado en simple burócrata subalterno de una empresa que le impone, directa o indirectamente, vender su produción de mercancías. Pero la acepta sin chistar : un euro es un euro. Seguro, la venta en las ferias es puramente publicitaria, anecdótica en relación a la venta en librerías. Lo mismo puede decirse de las entrevistas radiales o televisadas, mercadillos mediáticos traicioneros y agotadores para el escritor, a quien se impone un desgaste intelectual y emocional comparable al enfrentamiento con una comisión de examinadores. Por su lado, el empresario favorecerá la actividad del vendedor en la medida en que éste incremente sus ganancias. Pondrá a su disposición el transporte, el alojamiento y las comidas, tomando en cuenta el número eventual de ejemplares que haya podido o podrá vender. Nada más justo en nuestro mundo regido por las leyes del mercado.
Manolete se felicita de la enseñanza que le dejó su padre, humilde vendedor de telas y tejidos fabricados por las empresas textiles de Aragón, quien iba de provincia en provincia en un viejo Seat ofreciendo su mercadería a sastres y tenderos . Gracias a eso la familia, que lo veía poco a causa de sus giras provinciales, podía comer. Manolete, escritor de clase media-baja cayendo para clase baja, próxima al campesinado sin tierras y al proletariado sin trabajo, nunca fue “un muerto de hambre” como los pícaros de Quevedo. Su papá siempre ganó el dinero necesario para pagar las tortillas de patatas que cocinaba su mamá (las mejores de Aragón, es decir, las mejores tortillas de patatas del mundo, joder). Por eso, siendo ateo, los divinizó a ambos siguiendo la ley de la naturaleza humana : el que no cree en Dios, tiene que inventarse uno (Hitler, Stalin, Zidane, Trump, Messi, Putin, Franco, el mismísimo Papa y muchos otros) o autodivinizarse (Viagras Llosa, Q.E.P.D). El padre de Manolete, que se levantaba a las seis de la mañana cuando salía de gira, le mostró lo que es ser un representante comercial, amable y bien vestido, aunque no consiguió dejarle muy en claro lo que es la dignidad, tal vez superflua en lo que concierne la venta de tejidos. Tratándose de la venta de libros, en especial si se trata de los propios libros del escritor, la dignidad es sin duda recomendable.
En una conmovedora entrevista publicada el 17 de septiembre de 2024 por el diario El País el día del lanzamiento simultáneo de El mejor libro del mundo y de Los Intimos, novela de Marta Sanz, ambos novelistas dan algunas luces sobre su condición de best-sellers. Cualquier lector, en especial los pretendientes a ser novelistas famosos y ricos, podría imaginar que los entrevistados están felices por el hecho de aparecer fotografiados en la portada de Babelia y anunciar que sus libros son los mejores del mundo. Manolete y Marta (valerosa rejoneadora madrileña), sin ser amigos íntimos (ella, 57 años, beaux restes; él, 62, con problemas confesados de disfunción eréctil, no dan la impresión de mantener relaciones sexuales) comparten las mismas penas : ir arrastrándose de pueblo en pueblo, de feria en feria, de cadena radial en cadena tv para promocionar sus libros editados por los mejores editores del mundo. Marta Sanz declara que se siente “cansada de no poder dejar los caminos, ese ir y venir de un pueblo a otro, ese enlazar charlas, clubes de lectura, festivales. Eso de no parar. Nunca parar”. Es más o menos lo mismo que decía Manolete cuando hablaba de su vida de torero : “... La existencia que llevamos es muy triste, aunque el público crea lo contrario. La vida que hacemos es peor que la de los anacoretas; no sacamos de ella ningún jugo; de un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas...” A Marta no le va muy bien con las ventas (se queja de que a veces pasan meses sin que recupere algún eurete) y a Manolete le gustaría tener una cifra de ventas como la del Pichulas (R.I.P.). De literatura apenas se habla, pese a la longitud abstrusa de la entrevista.
Nosotros sí hablamos de literatura con Manolo Vilas. Fue en Zaragoza, en uno de esos encuentros cuando presenté a Emilie Tardivel. Habíamos salido de un bar de tapas y caminábamos con toda la cuadrilla de jóvenes escritores conducida por Giménez Corbatón. Poco a poco Manolete y yo nos habíamos distanciado del grupo charlando sobre mi tocayo Roberto Bolaño, con quien me había cruzado poco antes de su muerte. Aquello ocurrió durante la presentación de mi intertexto La Guérison en la Maison de l’Amérique Latine en París, donde a su vez él presentaba Nocturne du Chili y anunciaba la traducción francesa de su novela Detectives Salvajes. Bolaño me habló de su obra aún no terminada, 2666, novela considerada hoy día por la crítica novelera francesa y mundial como “top du top”, por encima de las novelas de Roth, Auster, Houellebecq y la de cualquier novelista premio Nóbel. Le regalé un ejemplar de La Guérison, publicada poco antes por las Editions de la Différence, precisándole que era el quinto tomo de una pentalogía multilingüe, Les Phases de la Guérison, acompañada de un glosario aconsejado por Michel Butor, De l’éloquence en langue d’oïl. El multilingüismo, pero sobre todo la palabra “pentalogía”, parecieron impresionarlo. En ese momento 2666 era un conglomerado de varias novelas independientes. Fue después de su muerte que 2666 apareció en cuanto pentalogía, según los últimos deseos de Bolaño...pero en un solo tomo de mil páginas, más fácil de manipular y vender de acuerdo a los deseos de los editores. Es lo que le conté a Manolo, quien por su parte me confirmó su admiración por un escritor fascinado por el Mal, fascinación en la cual veía el origen poético de la obra del novelista chileno. Interesarse poéticamente en el Mal, nada mejor. El Bien es aburrido, carece de poesía, me aseguró en substancia Manolete. “¿Y Dante?”, me acuerdo que casi grité. Dante se interesa profundamente en el Mal, según lo describe en el Inferno. Pero luego señala en el Purgatorio el camino para salir del Mal y alcanzar el Bien en el Paradiso. El Bien puede ser aun más poético que el Mal, creo que le dije. Por desgracia Manolete no había leído en ese entonces la Divina Comedia. Y tampoco la Vita Nuova, autobiografía juvenil y poética de una exquisita dulzura, en la cual Dante cruza prosa y poesía (“la poesía como explicación, la explicación como poesía”, comentarían siglos más tarde Lautréamont y los surrealistas). Manolo, para escribir sus relatos autobiográficos hubiera ganado en claridad retórica si hubiera tenido en cuenta la Vita Nuova, “nueva vida” precursora de las más osadas tentativas vanguardistas de hoy. Roland Barthes se apoyó en ella en su último seminario en el Collège de France, interrumpido por su muerte brutal en un accidente de tráfico. “Dante es un pelmazo a quien no lee nadie”, asegura Manolete en El mejor libro del mundo. Siguiendo su lógica lingüística, el italiano no existiría en cuanto lengua fundamental de la poesía de Occidente. Luego parece cambiar de opinión, girando sobre sí mismo y realizando una suerte de vistosa verónica (media verónica o chicuelina, llamemos así a sus giros y cambios de postura intelectual, pases en los cuales también destaca) : “Me gusta mucho Dante porque todo en él es extremo, pasional, intenso, insoportable”, se contradice hábilmente manifestando su entusiasmo por el genio florentino, antes de girar en sentido opuesto y afirmar, con igual destreza : “No sé qué hace en la historia de la literatura universal el pelmazo dramático y dantesco de Dante; pienso que lo que hace es estar, porque leerlo no lo lee nadie”. Salvo él, quizás traducido al viejo aragonés de Barbastro, porque en italiano, seguro, no lo ha leído ni lo leerá jamás.
Comprendí que una de las debilidades de Manolo es su cultura, muy rica en torno al rock (Dylan, Lou Reed, Chuck Berry, Elvis Presley, etc. ), pero algo pobre en lo que concierne a la literatura propiamente tal. Ser monolingüe en una Europa multilingüe, no le ayuda. Y sin embargo Cervantes, uno de sus referentes intertextuales habituales, en Los trabajos de Persiles y Sigismunda valora el multilingüismo europeo, dejando abierta la puerta a una evolución multicultural y multilingüe de la literatura y a la desaparición de la novela como género narrativo axial de nuestra civilización. Manolete confiesa que sólo habla correctamente el castellano, pero se queja de que le consideren, pese a las traducciones negociadas a sus espaldas por los editores del International Establishment SA, como un mero “escritor español”. Parece confundir en una sola entidad indisociable nacionalidad y lengua. ¡Burda manoletada! La verdadera “nacionalidad” de un escritor no corresponde necesariamente al terruño donde nació por azar, depende también de la lengua (o las lenguas) en la que escribe por decisión voluntaria, consciente. Pessoa asegura en el Libro do Dessasosego que su verdadera patria no es Portugal, sino la lengua portuguesa...aunque escribió tanto en portugués como en inglés, su lengua de infancia en Africa del Sur.[12] Semprún nació en España, pero escribió en francés. Nathalie Sarraute nació en Rusia, pero también escribió en francés. Kundera comenzó escribiendo en checo y terminó escribiendo en francés. Kafka nació en Checoslovaquia, pero escribió en alemán. Etc. Sin duda, un escritor puede escribir por puro esnobismo en una lengua considerada como “mejor” que su lengua natal. Pero escribir y leer en otra lengua que la materna puede obedecer a motivos profundamente genuinos desde un punto de vista existencial y estético. Personalmente, para mi tentativa antinovelesca fue fundamental, por honestidad intelectual, analizar los textos de los surrealistas, de los “nouveaux-romanciers”, la novela Tel Quel, Oulipo, la Nouvelle Fiction y explorar detalladamente la Recherche proustiana en la lengua de origen y no en traducciones opacas y cuestionables (una traducción siempre será la transcripción de la lectura de la obra original realizada por el traductor). Los grandes movimientos vanguardistas del siglo 20, después de los formalistas rusos, son franceses. Por ello escogí escribir en francés, aunque sin abandonar mi escritura en castellano. Me da lo mismo que se me considere escritor chileno o francés (La Guérison incluye cinco lenguas). A Manolete, decía, no le gusta que lo reduzcan en el mercado internacional a ser un “spanish writer”, tanto más cuanto esa etiqueta tiene un ligero sabor a racismo cultural. Mo, “spanish novelist”, lo experimentó sin duda en Iowa City, donde, dicho sea de paso, el destino me llevó a conocer el Litterary Workshop en los comienzos de mi vida de escritor. Más de una vez presencié actos de racismo anti-hispánicos en los bares de la pequeña ciudad (White Anglo-Saxon Majority) donde negros y mejicanos y latinos en general eran mal vistos.
Universidad de Iowa City Debo precisar que había llegado hasta el Workshop invitado a través de mi amigo Juan-Agustín Palazuelos, becario de la Ford Foundation. Fui recibido gentilmente por el Director, el poeta Paul Engle y su amable compañera, la escritora china Nieh Hualing. En principio venía desde mi solitario refugio de escritor en Jávea sólo para pasar las fiestas de fin año en Iowa City. En algún momento se me ofreció prolongar mi estadía como un becario oficial. Rechacé tanta amabilidad cuando vi que beber bourbon de Kentucky (excelente) era la actividad central del taller literario, detrás de la cual se ocultaba una bonita trampa ideológica : el objetivo del Workshop, al invitar generosamente cada año a 50 jóvenes escritores venidos del mundo entero mediante un programa afinado en Washington por la comisión de cultura presidida por Nixon y Paul Engle, consistía en ganar la simpatía de las nuevas generaciones de intelectuales para consolidar el imperio cultural estadounidense. Preferí volver a mi "spanish creative solitude" en Jávea.

Jávea 1968 (Alicante / Valencia)
La debilidad de la cultura de Manolete (su admirado y sofisticado Javier Marías, so british, la habría tildado de “cultura media baja”) le impide ver la debilidad de la novela en cuanto género narrativo perimido y concebir globalmente su propia obra de un modo armonioso, sin caer en contradicciones que hacen de sus manoletinas gestos superficiales, insuficientes para componer un auténtico pensamiento literario como lo es, por ejemplo, la pensée expuesta en la Recherche (“une démonstration”, la llamaba Marcel Proust). No le gusta Dostoievsky, a quien menosprecia por su pretendida “solemnidad”. Su desdén le cierrra el paso a una comprensión adecuada de la polifonía novelesca desarrollada por el escritor ruso y también a su propio manejo de la monofonía poética inspirada de Neruda o de la pseudo monofonía heteronómica de Pessoa. Conoce mal a Joyce, cuyo Ulysses, obra maestra de la intertextualidad, pudo facilitarle un juego intertextual más fértil y eficaz con Quevedo. Pese sus carencias (o quizás, gracias a ellas), Manolo Vilas desborda a menudo estéticamente los límites de la novela convencional pasando a ser escritor de vanguardia...sin darse cuenta. Sus mejores libros no son novelas. Por eso su empeño en presentarse a concursos espurios como los de Planeta o Alfaguara o Herralde, etc., es un contrasentido risible. Empeño que también explica el desencanto de sus lectores “noveleros”, lectores pasivos que a causa de una educación literaria deficiente están siempre en búsqueda de la ficción, de las anécdotas, de personajes imaginarios, de suspenso, de amoríos, es decir, de la literatura como diversión. “Leyendo una novela no se aprende nada. Una novela sólo debe divertir”, pontifica el emputecido novelista argentino César Aira, aspirante (por autodesignación anual) al premio Nóbel o a cualquier premio. Manolete tiene muchos rivales, en su mayoría segundas y terceras espadas que lidian en los ruedos de la novelería hispánica, secundados por banderilleros y picadores detestables. El picador más pesado en kilos (y en inteligencia) es su cuasi tocayo, el metanovelista Vila-Matas, delator en su juventud de la corrupción editorial y, en su vejez, oblicuo publicitario de Moby Dick SA, con la mirada puesta de reojo en el millón de euros del premio Planeta. Anda tú a saber…
A Manolete no le disgusta ser vendedor ambulante de los editores si le pagan buenos hoteles, buenas comidas y viajes en aviones que no se caen. Parecería que su vida, tal como la cuenta, consiste en mudarse de albergue en albergue y escribir en un computador portátil a lo largo de sus itinerarios. Es un viajante comercial como su papá, pero en un nivel superior : no es lo mismo comer y alojarse en una fonda, que comer y dormir en un hotel cinco estrellas. El buffet libre es inagotable y las camas vastas como un campo de fútbol. Es el sueño paradisíaco de todo vago sin techo. Manolo Vilas es un SDF (sans domicile fixe) de lujo... aunque dependiente de Moby Dick SA para pagar sus facturas. Desde luego, en apariencia la libertad del escritor es total. En realidad, no tiene ninguna. Porque si las ventas son nulas y Moby Dick se enfada, no hay Capitán Achab ni Gregory Peck que valga, por fuerte o guapo que sea. (Manolete está convencido de ser guapo, mucho más guapo que Egolo Narciso. “No es verdad, no es verdad”, podrían reír las infantas y la reina Letizia, que reciben encantadas a Pedro Sánchez en los salones del palacio real, donde ya no invitan a Manuel Vilas por escribir tonterías sobre ellas. Tal vez por eso Manolo, guapo muy vanidoso, detesta a Pedro Sánchez, y no sólo porque el presidente del gobierno sea socialista.)
Fernando Pessoa, decía, a propósito de la libertad :
La libertad es la posibilidad de mantenerse aislado. Eres libre si puedes apartarte de los hombres, sin que te obligue a recurrir a ellos la falta de dinero, o la necesidad gregaria, o el amor, o la gloria, o la curiosidad, cosas que ni del silencio ni de la soledad pueden alimentarse. Si te resulta imposible vivir solo, es que naciste esclavo. Puedes poseer todas las grandezas del espíritu, todas las del alma; serás un esclavo noble, o un siervo inteligente, pero no serás libre.
La creación literaria exige la libertad. ¿Pero de qué libertad puede jactarse Manuel Vilas cuando sale angustiado de su habitación de SDF de luxe en el hotel mil estrellas pagado por su editor para visitar (“por iniciativa propia”, claro está) las librerías del lugar y constatar si sus novelas son convenientemente exhibidas y, por supuesto, anotar el número de ejemplares vendidos? Al fin de cuentas, era más libre y mucho más digno como simple profesor de letras en los liceos de Aragón.
¿Qué pensaría de todo esto Kafka, maestro alabado (pero no seguido éticamente en la práctica concreta de su vida de escritor) por Manolete? Kafka, al igual que Pessoa, recordemos, fue apenas publicado en vida (La Metamorfosis, 1915). Algunos poemas autoeditados por aquí, algún artículo literario menor por allá, pero en lo que concierne la obra central de dos de los escritores más grandes del siglo XX, nada. La publicación del Fausto de Pessoa data de más de 30 años después de su muerte. Y los manuscritos de El Proceso y El Castillo de Kafka fueron salvados por su amigo Max Brod. Ni Pessoa ni Kafka vendieron libros en una feria a cuenta de los editores. Se habrían sentido horriblemente humillados. Cada uno su personalidad, podría argumentar Manolete, a quien a todas luces le encanta desplazarse de plaza en plaza, de venta en venta y recibir los aplausos directos de una cola de lectores.
La comparación entre novelería y tauromaquia no da para mucho más. Tal vez para comparar el coraje existencial del novelista y el del torero. El novelista, en particular el novelista de hoy, es a menudo un cobardillo que se esconde detrás de sus ficciones para justificar sus mentiras y traiciones (Jorge Edwards, otro premio Cervantes chileno y también Planeta SA, es un maestro de la traición novelera : en sus libros denigra a sus amigos tras haberse aprovechado de ellos y haberlos sepultado, como a Mauricio Wacquez, Enrique Lihn o Pablo Neruda). El torero es un valiente que no le teme a la muerte. Incluso puede llamarla provocando al toro con una muletilla suicida que pondrá fin a su propio sufrimiento humano. Es lo que hizo Manolete. ¿Cómo comprender que un torero reconocido por la rapidez fulgurante de sus gestos, en su última faena se demorara inexplicablemente al hundir la espada en la cruz del animal, dando así a Islero, miura gordo de 700 kilos, el tiempo necesario para cornear y matar al más fino y noble de sus adversarios ? ¿Pensaba en su amante, la preciosa Lupe Sino (“la serpiente”), a quien todos, incluso su madre, rechazaban dentro de su círculo, llenándole a él de despecho y amargura ?
Manolete Vilas, gran propagandista de la vida y del vitalismo, habla a menudo de su propio suicidio y ha proyectado lanzarse al vacío desde un puente (de preferencia en Chicago, vestido con elegancia, a la moda italiana, cerca del Litterary Workshop de Iowa, lejos, muy lejos de Barbastro, su pueblo natal). Por el momento su suicidio no le conviene a los editores. Antes tiene que ganar el premio Nóbel de literatura o, al menos, el Cervantes.
En todo caso, puede contar con nuestra amistad.
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[1] La Nouvelle Fiction es un movimiento literario que aparece en París en los años 80, inspirado y apoyado por Frédérick Tristan. Básicamente es una respuesta a lo que se llama “las ficciones muertas”, las ficciones estereotipadas y desvitalizadas que inundan no sólo la literatura, sino también el cine, la pintura, la música, etc. Fue lo que me atrajo y me llevó a acercarme al grupo de escritores franceses. Pero mi visión de la ficción como secundaria a la conciencia y de la novela en cuanto género narrativo obsoleto, me mantuvo a distancia de un compromiso más profundo con ellos.
[2] Varios miembros de Sens Public presentes en el castillo de Valderrobles dieron conferencias sobre el significado de la intertextualidad (Ingeburg Lachaussée, germanista, Maître de conférences de philosophie politique à Sciences Po), de la interpicturalidad (Madeleine Vallette-Fondo, Maître de conférences à l'Université de Paris-Est, Marne-la-Vallée) y de la intermusicalidad (Margarita Celma, doctora en musicología, directora de la Coral Mataranya), mientras que el cineasta Yann Kilborne (Maître de conférences à l’Université Bordeaux-Montaigne) prolongó sus reflexiones hacia el cine. La aparición del Intertexto como nueva forma narrativa post-novelesca no es entonces un fenómeno aislado de otras prácticas artísticas, sino al contrario, forma parte de un movimiento de renovación de la cultura contemporánea en cuyo seno el multiculturalismo, el plurilingüismo y el intercambio de principios estéticos y de técnicas es determinante.
[3] La teoría del Intertexto es una tentativa para escapar de la prisión de la novela. Esencialmente, intenta valorizar la conciencia por encima de la ficción, y no dar a la ficción la supremacía sobre la conciencia, característica fundamental de la novela contemporánea.
[4] “Kirittikik”, denominaba a la crítica periodística René Daumal, el autor del célebre Mont Analogue, para quien los “romanciers” son tristes “ruminssiés”. (articulo sobre Daumal)
[5] Nadie sabe los detalles del hold-up perpetrado por Planeta, que birló al grupo Alfaguara-Prisa-Santillana al apetecible best-seller. “Secreto defensa”, pretenderá la agencia literaria de Manuel Vilas.
[6] Michel Waldberg (1940-2012) escritor franco-suizo. Pasó su infancia en Nueva York acompañando a sus padres, Isabelle y Patrick Waldberg, artistas judíos en el exilio. Allí conoció a Marcel Duchamp y André Breton, que dejarían una huella importante en su existencia.
[7] “Encuentro con hombres notables” es una de las obras más conocidas de Gurdjieff. Peter Brook realizó una adaptación cinematográfica de envergadura menor, aunque fiel al texto original.
[8] El Bautismo fue impreso correctamente en México. El Sueño fue publicado en Barcelona sin ser corregido por el editor español. Cientos de errores. Comprendí que para alcanzar mis objetivos vanguardistas tenía que cambiar de editor... y de lengua.
[9] Escribiendo este artículo me he enterado de la muerte de Vargas Llosa, quien acaba de morir contra su voluntad, protestando indignado por el desacato infligido a un “Immortel” de la Académie Française. Q.E.P.D. en castellano o R.I.P. en latín, da igual.
[10] "La guerra del fin del mundo", plagio de "Os Sertoês", la novela del brasileño Euclides da Cunha, pillaje denunciado por José Saramago, es un claro ejemplo. Y también "La fiesta del Chivo", plagio de "The death of the goat", obra del periodista de Time Magazine, Bernard Diederich quien, al confirmar que Vargas Llosa le había copiado incluso sus errores, intentó llevarlo delante de los tribunales ("unhappily, too expensive"). (Ver el ensayo “Plagio e Intertextualidad”)
[11] En una entrevista con David Wallace, profesor de letras e investigador de Teoría de la Literatura en la Universidad de Chile, le recuerdo un artículo de El País (27/IX/2009). La novelista declara estar casada “con un pene" (su marido californiano, militar retirado del ejército estadounidense), revela que le gustaría tener piernas menos cortas (o más largas) y, pese a ser casi septuagenaria, confiesa que le encantaría pasar un week-end de enamorados con el galán de cine Antonio Banderas (el diario no comunica cuántos whiskys había tomado la pseudo Isabel Allende y tampoco la opinión de Antonio Banderas sobre su “appel du pied"). Sus editores esperan con ansias que los académicos del rey de Suecia le otorguen el premio Nóbel, broche de coronas suecas que, además, maquillaría definitivamente el "problema Allende" delante de la historia. Su novela “La casa de los espíritus” es utilizada como cortina de humo para ocultar la cortina de sangre de la Moneda, bombardeada por orden directa de Nixon y Kissinger. Los Estados Unidos, agresor disculpado por la novelista, la han recompensado con un Doctorado Honoris Causa de la Harvard University. La novela contemporánea se presta muy bien para este tipo de fraudes político-culturales
[12] Durante años se consideró un autor de lengua inglesa. Intentó publicar The Mad Fiddler, rechazado hipócritamente por los editores londinenses. Se decidió luego a editar 35 Sonnets y Antinous a cuenta de autor, la autoedición de su época. Sin ningún éxito de ventas, of course.