(La Sociedad de los Hombres Celestes, Tomo II, p. 242-244)
23 de diciembre.
-¡Pésimo!504- dijo el Doctor M., al acabar de leer las hojas que le pasé esta mañana. -El fin de su novela no me gusta nada.
-Doctor, le ruego que me perdone, pero una vez más me veo en la obligación de insistir en que mi libro es un intertexto. Y un intertexto, al igual que la leyenda fáustica, no tiene fin. A lo más, puede interrumpirse… para recomenzar bajo nuevos aspectos, con nuevos juegos intertextuales.
-No entiendo lo que quiere decirme.
-Es muy simple, Doctor. Una novela ordinaria tiene un comienzo y un término precisos. Está limitada en el tiempo y en el espacio. Un intertexto no tiene ni principio ni fin, en la medida en que se inscribe en la red infinita de otros textos… como todo texto fáustico se inscribe en la red de los innumerables Faustos que constituyen la leyenda. Podría incluso decirse que la forma literaria por excelencia de un Fausto es la forma intertextual. Por eso, tampoco yo entiendo lo que usted quiere decirme. No sé de qué novela ni de que fin me habla.
-Entonces le pido mil perdones, Señor Autor Intertextual- se exasperó el Doctor M. -En realidad quería decirle que el final de su delirio no me gusta nada. Y no es a usted, sino a mí, a quien incumbe la responsabilidad de decidir si su delirio está o no terminado. Le ruego que sigamos conversando…
-¿Cree que se me pelaron los alambres?-505 respondí furioso. Por otra parte, usted ni siquiera ha cumplido nuestro pacto…
-¿Cómo que no?- protestó el Doctor M. -¿No me había dicho que quería "faire une oeuvre", escribir un libro de un género nuevo? ¿No es el caso?
-Cierto- reconocí. -Pero otros Faustos han tenido mejor suerte: conquistan reinos y principados, discuten personalmente con el Papa, se pasean en rutilantes máquinas aéreas, se acuestan con Helena de Troya, etc.
-Usted es demasiado exigente- rezongó el Doctor M. -Yo soy Mefistófeles, nomás. No soy Dios.
-¡Estaba seguro de eso, Doctor Mefistófeles!- grité, aliviado al ver confirmadas por fin mis sospechas sobre la identidad del Doctor M. -Evidentemente, estaría más satisfecho si pudiera considerarlo como el fruto de una alucinación,506 o una simple metonimia. En todo caso, dado que estamos de revelaciones, le ruego que me diga si pertenece o no a la Sociedad de los Hombres Celestes. ¿Pretende dejar eternamente en suspenso ese problema?507
Mefistófeles carraspeó nervioso, encendió un cigarillo, se paseó de un punto a otro de la habitación. Luego, mirándome fijamente con ojos llameantes, me dijo:
-¿Yo una simple metonimia? ¡Va demasiado lejos con su metáfora! Du treibst mir die Metapher in die Enge!508 Sería mejor que aceptara que no solamente soy de carne y hueso, sino aquél mismo por el cual usted me toma desde el comienzo.509 Sí, soy miembro de la Sociedad de los Hombres Celestes donde ocupo, con el nombre de Jutta,510 el lugar de ‘Hombre de Todos los Mundos’, a la siniestra de Belcebú. Dicho sea de paso, le aconsejo rendir homenaje al Diablo, pues para llevar a buen fin grandes empresas y obras de calidad, no se puede utilizar a nadie mejor que a él.511
Y diciendo esto desapareció más allá de la puerta con tal celeridad que si no hubiera sido por la pesada estela de humo que dejó detrás de él habría dudado de la realidad de su existencia material.